La mañana está espléndida. Y la vida parece
aflorar a borbotones. En tres horas de paseo, además de las aves e insectos habituales,
veo buitres, halcones, conejos, peces enormes (60 cm) con medio cuerpo fuera del agua, garzas (tres de una vez), patos (una
pareja), galápagos tomando el sol y un precioso lagarto ocelado que es el
motivo de esta entrada.
Caminar por la dehesa implica escuchar cómo
se agita la vida alrededor: las plantas se mueven, la tierra sisea. En una de
estas la agitación se produce al lado de un pequeño tronco seco. Entonces te
acercas despacito, giras el tronco con mucha delicadeza y premio: un precioso
lagarto ocelado que se hace el longuis con la esperanza de que no repares en su
presencia.
Pero es imposible no hacerlo con ese aspecto
antediluviano, ese increíble patrón decorativo que parece pixelado y esos preciosos
ocelos azules.
Verle correr es un espectáculo, aunque, eso
sí, corto.
Fotos: 3-5-2013
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