lunes, 28 de abril de 2014

Buitre leonado (Gyps fulvus)

27-4-2014
Cuando le vi ayer dando vueltas sobre mi casa y a bastante poca altura me vi en el dilema de ir a por la cámara y correr el riesgo de perdérmelo o quedarme allí para contemplarle tranquilamente. Esto último es lo que hice durante unos minutos mientras el buitre volaba majestuosamente en círculos que se iban desplazando hacia el norte. Por fin me hice con la cámara y conseguí llegar a tiempo para hacerle esta foto antes de que desapareciese oculto por los árboles.

4 comentarios:

  1. Aquí me has dado en la fibra. Es ver una foto de buitre y creo que se me activan todas las regiones del cerebro, me viene el ruido que hacen al aterrizar, sus gruñidos, cómo hinchan las bolsas azules del pecho para mostrarse más agresivos, me viene hasta su olor, el estrépito de las espantadas de decenas de ellos.
    Me he pasado días y días censando las anillas que podía leer en los festines que se les prepara en los muladares de la zona de Sepúlveda, en silencio, escondido, hasta que bajaban a comer porque como desconfíen y sospechen algo raro no bajan ni con las piezas más suculentas. He censado buitres en Montejo de la Vega que han sido anillados en los sitios más inhóspitos de África incluso buitres de Ruppell
    Sin embargo con el Quebrantahuesos, para que baje tienes que ponerte colores llamativos y mostrarte, a una distancia prudencial, 15 metros es suficiente, pero que él te tenga controlado y vea todos tus movimientos. Si te escondes él, que es más perspicaz, te barrunta y no baja. Dirá qué coño hace ese ahí escondido, me la querrá liar.
    Les he visto la mirada muy de cerca y he percibido su sabiduría. Éste es un Bicho de los buenos.

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    1. Hace un montón de años recorría yo una carretera cerca de Sepúlveda cuando vi, como tantas otras veces, un montón de buitres en vuelo circular. La diferencia es que, esta vez, estaban muy cerca, así que paré el coche en la cuneta, subí un talud y vi a los que estaban posados en el suelo. No sabría decir exactamente cuántos ejemplares había: ¿quince, veinte? Me acerqué muy despacio y solo cuando estaba a unos diez metros de los más próximos empezaron a dar muestras de incomodidad, por lo que me paré. Estaban dando cuenta de unos restos que podían corresponder a una oveja. Me pacieron enormes.

      Estuve un rato allí a su lado. Tuve una rara sensación de realidad. Los urbanitas solo vemos animales filmados en documentales o en zoos. Pero allí no había intermediación de ninguna clase: estaban los buitres, poderosos, salvajes, y yo. A los que tenéis más experiencia de campo os parecerá poca cosa, pero yo nunca me he sentido tan “en la naturaleza” como en aquella ocasión. Me impresionó.

      Lo de los colores chillones es posible que lo cumpliese. Eran los años ochenta…

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  2. Alberto si crees que eso me puede parecer poca cosa, entonces jamás me podrías comprender. Ese sentimiento del que de repente se tiene consciencia cuando eres testigo de algo como eso, sentirse "tan en la naturaleza", no es ningún misticismo hipy de unión con lo natural ni nada así, sino que es "sacar a flote", ser consciente, de algo que también somos. A menudo estamos como cegados con nuestro día a día, nuestros trabajos y nuestras convenciones sociales y cuando de pronto eres testigo de cómo un grupo de buitres devoran tan salvajemente un cuerpo, o dos zorros se están comiendo a un corzo vivo que grita y que tiene las entrañas fuera pero no se puede mover porque está atrapado entre dos rocas, probablemente porque se ha fracturado más de una pata, cuando eres testigo de cosas así puedes profundizar con mucha perspectiva sobre conceptos como "la crueldad", por ejemplo, y no tardas mucho en darte cuenta que en el fondo nosotros somos eso, piensas cómo empiezas tu vida parasitando desde dentro a un ser vivo que es tu propia madre.
    Cosas como esa es lo que hace que te sientas "tan en la naturaleza"....
    Ya después puedes ver cómo en realidad "lo cruel" son cosas muy distintas a eso....
    Y claro que también puedes ser testigo de momentos estéticamente más bellos. Recuerdo la vuelta de una salida un sábado que vi la pupa de una preciosa mariposa, la Podalirios, pero yo creí que estaba a punto de salir y echar a volar porque se movía mucho así que decidí quedarme a ver ese espectáculo, tardara lo que tardara... Pues el domingo a última hora acabé llamando a mi jefe para pedirle uno o los dos días de asuntos propios, con su consiguiente enfado por supuesto. Pero dormir durante tres días al pie de ese pequeño espectáculo, ser testigo de ese proceso, ver como sus arrugadas alas iban estirandose, regándose con su líquido vital a través de sus diminutos capilares, poco a poco, muy poco a poco, ver cómo va cogiendo movilidad y cómo va adquiriendo cada vez colores más y más vivos... ver cómo echó a volar, Alberto eso no tuvo precio. Y por supuesto que pasé hambre y que bebía de un arroyo que estaba no muy lejos, pero me sentí hermanado como pocas veces he sentido.

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    1. Con lo de “poca cosa” no me refería a la experiencia en sí, que para mí fue muy intensa, sino a que, comparativamente, los más avezados tendrías mucho más que contar, como las impresionantes historias que nos cuentas vienen a demostrar.

      Retóricas aparte, ya que estamos hablando de vida salvaje, voy a contar lo que presencié el jueves pasado: paseando por una vía pecuaria veo un abejorro libando tranquilamente de una flor de jara. Estoy intentando colocar mi cámara de manera que no se asuste y que no le tape la luz cuando una araña sale de no sé dónde y se tira como una exhalación sobre el abejorro. Este se revuelve, zumba y sale volando. Entonces la araña, que queda en la flor, se esconde detrás de un pétalo y allí se queda, supongo que esperando a una nueva víctima. Estoy hablando de bichos muy pequeñitos, pero al estar tan encima y tan concentrado en la escena, la pequeña escala no atenuó el hecho de que un animal había intentado matar a otro para zampárselo. Tampoco el saber que la araña estaba allí, escondida, acechando.

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